Nunca llegaré a conocer la historia de Antonio.
Durante cuarto meses compartí edificio con él. Muchas cenas, muchas fiestas y más de una escapada en la que exploramos el sótano de la residencia, donde se suponía que teníamos prohibido el paso.
Pero en sus ojos siempre había una sombra de tristeza. Algo doloroso le había sucedido, y no quería -o no podía- compartirlo con nadie más.
Solo una noche, volviendo de fiesta y tras vomitar las copas de más en la acera, me habló un poco sobre su suerte y cómo le había tratado la vida. Y no dejaba de repetirse que "no podía volver hasta haber triunfado".
Nunca me contó qué le sucedió. Y nunca me lo contará, ahora que hemos perdido el contacto. Pero a veces sólo con unas pocas piezas se puede intuir el dibujo del puzzle.
Siempre me he imaginado que la suya es una historia de amor roto. La de un compromiso de matrimonio que se canceló en mitad de los preparativos. La de una persona desesperada que huye al país donde vivió parte de su infancia para empezar una nueva vida desde cero. Sin plan, sin red de seguridad. Una vez sientes que has tocado fondo es difícil pensar que puedes caer más hondo. Y ya allí, lejos de un ambiente donde todo le resultaba tóxico, empezar a recoger las cenizas de su vida para encontrarse a sí mismo de nuevo. Y no volver hasta haber triunfado.
Pero claro, eso es solo lo que yo imagino. Porque la verdadera historia de Antonio... Esa nunca llegaré a conocerla.
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