Ayer en el avión había un niño de aproximadamente cuatro años con su padre en el asiento detrás del mío. Iban los dos mirando las instrucciones de evacuación del avión en caso de accidente a través de la rampa hinchable, y tuvieron una conversación más o menos así:
Hijo: "Y entonces, cuando lleguemos, nos bajaremos del avión por este tobogán?"
Padre: "Claro, y en la parte de abajo habrá una piscina."
H: "Halaaaa... una piscina??"
P: "No ves que vamos a ir a una isla? Allí tienen agua por todas partes! Pero para bajar por el tobogán necesitas llevar el bañador puesto. Lo llevas?"
H: "Pues... no..."
P: "Vaya... entonces tendrás que bajar del avión por las escaleras..."
H: "Oooohhhh..."
En ese momento me parecío una escena muy tierna. Luego ya, cuando durante las tres horas de vuelo el pequeño engendro de Satán no paró de patear mi asiento, cantar, gritar y llorar, lo único en lo que podía pensar era si hacerle comerse el libro que me estaba leyendo, atizarle en la cabeza con el canto del mismo, o abrir rápido la salida de emergencia, tirarle en pleno vuelo, y volver a cerrar rápido...
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